DOS TIPOS DE CONTROL

Muchas veces hemos oído frases como: “tengo miedo de perder el control”, “quiero saber (controlar) lo que él/ella está haciendo”, “querés controlarlo todo”, etc., etc.
La idea de “control” a menudo se suele relacionar con cuestiones obsesivas o patológicas. Sin embargo es necesario hacer una distinción. A grandes rasgos habría dos tipos de control: El motivado por el MIEDO y el motivado por el DESEO. También podemos hablar de otra distinción más: el control desde lo inconsciente o automático y el control desde la consciencia o voluntad, cada uno de los cuales estaría regido por los respectivos anteriores.
El control motivado por el miedo, usualmente lleva a que las posibilidades de que suceda aquello temido aumenten. Pues al enfocarse en eso y querer evitarlo, inconscientemente se alimentan los determinantes que posibilitan que ese miedo reproduzca circunstancias en la realidad exterior. Lo que sucede, es que se recrean patrones fijados de conducta en base a hechos que marcaron al sujeto. Pongamos un ejemplo; un empleado en un local de ventas trabaja junto a sus empleadores (una pareja adulta), quienes se encargan de la caja y cuestiones administrativas, mientras que él (el empleado) maneja las ventas. Sucede que debido al gran número de clientes y el exceso de trabajo, contratan a un segundo empleado de ventas. El primer vendedor se muestra realmente alterado debido a este suceso de modo que comienza a ponerle obstáculos al nuevo empleado, como así también su carácter general deja de ser amable para mostrarse irritado la mayor parte del tiempo. Entonces, como su actitud no cambia deciden despedirlo. Otro ejemplo: La madre de un niño consiente a su hijo la mayor parte del tiempo. Ante el más mínimo reclamo o incomodidad del pequeño, la madre accede a cumplir con su demanda de modo que aquel nunca quede insatisfecho, ni jamás se angustie. Años más tarde el hijo, ya siendo un adolescente, recurre al uso de drogas tras la separación de su novia, comenzando un ciclo que lo lleva a conductas adictivas que tienden a evitar el exceso de angustia que no puede tolerar.
En el primer ejemplo, y retrotrayéndonos a la época infantil, el vendedor en cuestión resultaba ser hijo único, hasta que llegó a la familia un nuevo integrante: su pequeño hermano. En aquel entonces, con la interpretación de la realidad que se puede tener a los pocos años de edad, y en consonancia con la dependencia respecto al amor y cuidados de los padres que tiene un infante, el niño se sintió desplazado de su lugar central de hijo para compartir el trono con su hermano. El temor a perder el amor de los padres y sus consecuentes beneficios, despertó en él una angustia tal, que quedó impregnada esta situación en su psique. De este modo, ante la activación de un suceso que tenga cierto parecido con el original, se despiertan aquellas emociones infantiles sólo que con otros personajes: los padres son los dueños y el nuevo empleado lo remite a su hermanito. Claro está que la situación originaria permanece inconsciente, de modo que él realmente se siente desplazado, por lo que ante el miedo suscitado quiere controlar la situación buscando con sus ataques y quejas infantiles que se retire el nuevo empleado, pero sólo logrando lo que tanto teme: ser desplazado de su lugar de hijo; lo que se refleja en la situación actual como: ser despedido. 
En el segundo ejemplo, la mujer en cuestión resultó tener una infancia en la cual ella pasó todo tipo de carencias, tanto afectivas como materiales. Esto la afectó de tal modo que al estar ella ahora en el lugar de madre, teme que su amado hijo sufra como ella lo hizo. Pero el miedo es tan grande (y proporcional al dolor que ella sintió y jamás procesó) que intenta evitarle hasta el más mínimo dolor a su hijo, dejándolo de este modo indefenso ante futuras situaciones, ya que ella no puede estar allí siempre para protegerlo y su hijo tarde o temprano deberá enfrentarse a las contingencias de la vida. Si su sobreprotección gobernada por los determinantes de su historia no hubiera operado allí, de modo inconsciente claro está, su hijo hubiera tenido más oportunidades de enfrentarse a las frustraciones de su temprana vida, de modo que posiblemente habría podido lidiar de mejor manera con las situaciones dolorosas de la adolescencia. Sin embargo el temor de su madre era tal que inconscientemente dejó el camino allanado para que se cumpla su gran miedo: que su hijo sufra tanto como ella lo hizo.
Dejemos algo en claro. Mientras más uno quiere evitar un miedo, mientras más se quiere controlar que este no suceda, lo más probable es que las posibilidades de su concreción aumenten. Por ende es necesario enfrentar los miedos. Primero hacerlos conscientes, sacarlos a la luz, para procesar los sucesos que dejaron huella en el psiquismo. De modo de poder asignar un valor emocional acorde a las circunstancias de la vida y poder dar lugar al otro tipo de control: el control desde el deseo.  
Este control, a diferencia del anterior que está comandado desde el pasado, es comandado desde el presente, desde lo que uno realmente quiere, y a partir de allí podrá comenzar a darle forma al camino que le permitirá materializar las variadas manifestaciones de sus anhelos.
Estos deseos conscientes tienen que ver con lo que uno realmente quiere lograr en la vida. Ya sea el emprendimiento de algún nuevo proyecto de trabajo, el aprender sobre temas que apasionen o intriguen, el planificar viajes a lugares soñados, el perfeccionarse en áreas que uno quiera desarrollar, el aprender idiomas, deportes, habilidades, hobbies o el desarrollo profesional en algún campo o campos de interés. Las posibilidades son infinitas, lo importante es que estos deseos broten honestamente del interior de uno, más allá de los condicionamientos regidos por el miedo, pues si brotaran de allí, recordemos, sólo le daríamos más poder a aquello temido y seríamos controlados por ello. Es por eso que enfrentar los miedos (atreverse a percibir qué es aquello que nos somete) y trascenderlos, es necesario para poder ser libres de tomar el verdadero control de nuestra existencia.



Por Cristian Daniel Olivé

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